El día en que la iban a matar, Gloria Muti se había levantado a las 7:30 de la mañana, como lo hacía religiosamente cada día cuando tenía que ir a trabajar. Pronto cayó en cuenta de que era sábado, día libre, y la alegría fue tal que poco le importó la plaga de polillas que había entrado por la ventana del cuarto y revoloteaba agitada sobre su ajuar. Había soñado que visitaba el mar con un viento que peinaba sus cabellos con la dulzura de una mano maternal, y por un instante fue feliz en el sueño. Siempre había querido conocer el mar. De un tiempo para aquí, había recobrado poco a poco su vida y hasta la libertad de soñar. Tras su separación, había conseguido un trabajo que le brindaba lo suficiente para valerse por sí misma, se permitía sonreír en público, podía hablar con la gente, caminar sola por la calle e incluso, vestirse con pantalones. Todavía pasmada por las imágenes de cuánto había cambiado su vida a mejor, cuando el calvario de las amenazas, las llamadas ocultas y los mensajes, de nuevo la salpicó: ”Seguro ya despertó con otro. Usted se la buscó sola. A mí nadie me quita lo que es mío”.
Empujada por el eco de sus palabras todavía resonando en su cabeza, salió de la casa en dirección a la tienda de Liliana. Hacía un año que sus mensajes la perseguían a cada rincón de la vereda, la acechaban en su camino de vuelta a casa y le devolvían de un soplo, el dolor de los golpes de ese fatídico amor. Compró con afán, como solo lo hace quien anda perseguido por la tragedia, y luego corrió a resguardarse hasta la tarde en la casa de su tío Aitor. Almorzó abundante y escogió con ojos divertidos un vestido para su primera fiesta, la primera en cientos de años atrás. Atravesaba con pie ligero el camino de los samanes, cuando Doña Juliana la advirtió desde la ventana: ”Mija, la anda preguntando por todo lado. Tenga cuidado”. Podía sentir sus ojos depredadores clavados en la nuca, vigilantes de cada uno de sus caminos, pero estaba resuelta a no dejarse amilanar por esa interminable cacería y a disfrutar con alboroto su gran día. Había cerrado la puerta del infierno, y estaba decidida a no volver otra vez a el.
Nunca hubo una muerte tan anunciada. En las noches de luna y trago, Rogelio Cifuentes había gritado por cielo y tierra, entre dientes y aguardientes, que esa mujer si no era para él, no era para nadie. ”Ni para Dios, ni para el Diablo” le habían oído decir algunos, sin hacerle mucho caso a sus fanfarronerías de taberna. Los trasnochados siempre hablaban de imposibles. El mismo padre Nicanor había intercedido por su fiel devoto, con muy mal acierto – por cierto -, pidiéndole a su ya muy martirizada esposa más sacrificio, y más perdón para las incontables golpizas y celosías de aquel humilde pecador. Pero hasta Dios sabía que no todo se podía perdonar, y que allí, en aquel matrimonio, no había ya nada que salvar.
Su familia había sido como bálsamo en la herida. Había recobrado su contacto y cercanía, y sentirles con ella, había sido el apoyo que necesitaba para dejar atrás su antigua muerte en vida. Aquella noche, entró a la casa a vestirse para la celebración, a engalanarse con un hermoso vestido largo de algodón, cuando otro de sus mensajes la sorprendió: ¿Y es que se quiere ofrecer a otros ya? Usted es mía. Tuvo un mal presentimiento. Se había acostumbrado a su diario hostigamiento, pero esta vez, el silencio era distinto. Tuvo un pálpito. La luz languideció y el aire se tornó pesado como el metal. Se puso de pie precipitadamente buscando una salida, pero pronto un afilado golpe de calor entró por su costado. ¿A dónde te crees que vas? Y luego otro, y otro más, hasta que esa fría sombra pisoteó su vida y la empujó muerte abajo, hacia una impenetrable oscuridad.
Rogelio Cifuentes volvió al bar. Bramó borracho, celebrando copa en mano, que lo que no era de Dios, era contra Dios. Algunos supieron entonces, que la había matado. A sangre fría, la tragedia se había consumado. Corrieron en su auxilio, pero ya era tarde. Una vida tarde. A Gloria Muti se la habían llevado… Como en el sueño agorero de aquella misma mañana, el viento se la había llevado a conocer el mar… Envuelta en un manto de mariposas y engalanada de fiesta… Ella siempre había querido conocer el mar.
*Este relato forma parte de la serie «Desde Adentro. Historias de mujeres valientes y resilientes del Putumayo» de la Alianza de Mujeres Tejedoras de Vida, con el apoyo del programa ‘Justicia para una Paz Sostenible’ de USAID.